, la mujer que hace muchos años conquistó con su belleza al líder revolucionario contó por primera vez detalles íntimos de su relación amorosa con él. “Fueron ocho meses intensos”, dijo.

En una entrevista exclusiva con el semanario francés Paris-Match, Marita Lorenz relató cómo conoció a Fidel Castro casi al final de la década del 50 y cómo fue su primer encuentro a solas.

La mujer contó que estaba con su padre en uno de sus tantos cruceros por el mundo cuando llegaron a La Habana. Ahí un grupo de hombres uniformados y armados se acercó a ellos.

“Me fijé en el mayor de ellos, que fumaba un puro, y le pregunté qué quería. ‘Subir al barco para verlo’, respondió. Y yo le dije: ‘De acuerdo, suba’. Aquellas fueron las primeras palabras”, refirió.

Marita recuerda que luego de un par de horas de conversación, Fidel Castro le preguntó dónde estaba su camarote.

“Una vez allí, tras abrir la puerta, me empujó al interior, me atrajo hacia sí y me abrazó. Ese fue mi primer beso con un hombre. Si bien no hubo sexo, yo estaba subyugada. ¡Fidel desprendía una fuerza seductora enorme! No llegamos a hacer el amor, pero casi”, recordó.

no es buen amante

Marita Lorenz comprobó que Fidel Castro no era tan buen amante como parecía, a pesar de ser tan seductor.

“Era más interesante durante las caricias que durante el acto sexual propiamente dicho. Pero los dictadores son todos así”, indicó la alemana, quien después tuvo una relación con el exdictador venezolano Marcos Pérez Jiménez.

Según las palabras de Lorenz, la relación entre Castro y ella fue un secreto que ni su padre supo y, como toda pareja, también tenían sus conflictos: “Nunca jugué a pedirle caprichos o a presionarlo, con él no funcionaba. Tenía que ser lo que él decidía”.

reencuentro con misión de asesinato

Tras terminar su romance, Marita Lorenz volvió a si vida de viajes y se convirtió en una espía alemana. El reencuentro con su primer amor ocurrió en 1961, cuando fue enviada a asesinarlo.

Ella pudo entrar a la habitación del mandatario, ya que aún poseía la llave, pero cuando él entró, ella no pudo concretar su misión: “Me tendió su pistola y yo la empuñé. Entonces, mirándome a los ojos, me dijo: ‘Nadie puede matarme’. Tenía razón. Solté el arma y me sentí liberada”.

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