A las 8:46, Michael Hingson, ciego desde su nacimiento, se paró de su asiento ubicado frente a su escritorio del piso 78 de la torre norte para buscar algo, cuando escuchó el estallido.

John Mahony, un coronel retirado del Ejército de Estados Unidos, esa mañana del 11 de septiembre de 2001, como todos los días, había ido a la oficina de la empresa de seguros para la que trabajaba, ubicada en el piso 19 de la torre norte.

Marian Brent, que se desempeñaba en una consultora de riesgo de la torre sur, no estaba todavía allí porque debía ingresar a las 10:30. “Estaba preparándome para ir al trabajo cuando sonó el teléfono. Era mi hermana, que me dijo: ‘¡Gracias a Dios todavía estás en tu casa!’”, contó en diálogo con Infobae.

Roselle, el perro guía de Hingson, se levantó de inmediato luego del impacto y se acercó a su dueño. Éste tomó la correa y le dijo: “Adelante”.

“Empezamos a avanzar hacia fuera de la oficina lentamente, a través de la confusión, del humo y del ruido”, explicó Hingson.

“Elegí confiar en su juicio porque Roselle y yo éramos un equipo. Tomé fuerte del lazo y con concentración y confianza logramos bajar los 1.463 escalones hasta el aire fresco y la libertad”, añadió.

“El edificio se sacudía con fuerza, haciéndonos perder el equilibrio. ‘Terremoto’, pensé”, dijo Mahony. Tras el momento inicial de confusión, se dirigió a las escaleras junto a sus compañeros en medio de una humareda cada vez más densa.

“Cuando pisé el primer escalón, la palabra de Dios empezó a sonar en mi mente una y otra vez. Entonces sentí la paz divina y supe que sin importar el desenlace físico, todo resultaría bien”, agregó.

Mahony y sus compañeros salieron al lobby y los bomberos los dirigieron hacia unas puertas laterales. Por delante no se podía salir porque había gente saltando desde las ventanas.

Una vez en la calle, la escena era postapocalíptica: autos en llamas, trozos de metal y de vidrio esparcidos por el piso, cientos de zapatos. Cuando cruzó hacia la vereda de enfrente, el ruido de un avión lo hizo mirar el cielo. Era la segunda aeronave estrellándose contra la torre sur.

“Cuando vi que el segundo avión se estrellaba sobre la torre, dice Brent, se me heló la sangre. Mi colega y amiga Daphne Pouletsos estaba allí desde las 8, ya que como era madre soltera se había ofrecido a entrar antes para estar con su hijo temprano en la tarde, cuando volvía del colegio”.

“Nunca lloré tanto ni antes ni después, incluyendo la muerte de mi padre en 2010. Tuve que luchar contra sentimientos de culpa por no estar allí. Si hubiera estado allí ese día, habría muerto con Daphne”, agrega.

A pesar de que la cantidad de humo que inhaló en las seis horas que duró su escape le dejó secuelas de las que nunca se recuperó, Mahony destacó que lo extremo de la experiencia le permitió “empezar a vivir con la paz de Dios cada día”.

Por su parte, Hingson escribe libros y da charlas contando cómo el trabajo de equipo puede hacer que las personas superen las peores adversidades.

Fuente: Infobae.com